Industrias Creativas Y Culturales

Con la participación de 15 expertos internacionales y una amplia representación nacional, fue celebrado recientemente en la sede de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode), el Primer Seminario Latinoamericano de Industrias Creativas Digitales.

Ese seminario fue organizado por la Federación Internacional de Asociaciones de Multimedia (FIAM), con el apoyo de la Oficina de las Naciones Unidas para la Cooperación Sur-Sur, y su objetivo es el de constituirse en un espacio de debate para la capacitación y generación de acciones en áreas relativas al desarrollo de industrias creativas digitales; la creación de una plataforma para la investigación de industrias creativas; y la exploración de posibilidades de inversiones para desarrollar las industrias Sur-Sur.

Como parte de esas iniciativas, el programa, La Economía Creativa para el Desarrollo, que opera en alianza con la UNCTAD y la UNESCO, fue impulsado para colaborar con los países en desarrollo en la identificación de su talento humano y en el aprovechamiento económico de sus activos creativos como mecanismo para alcanzar el desarrollo sostenible.

La industria creativa, que, como se sabe, consiste en el proceso de creación, producción y distribución de bienes y servicios que usa la creatividad y el capital intelectual como materia prima, disfruta en la actualidad de una considerable importancia en la economía global.

Por ejemplo, el comercio mundial de bienes y servicios creativos tiene un valor equivalente a cerca de 700 mil millones de dólares al año. Esa es una cifra fabulosa para un sector de la economía que crece a una tasa anual de 8.8 %, y en los países en desarrollo hasta de 12.1%.

Más aún, la industria creativa contribuye a la interacción de los aspectos económicos, sociales y culturales con la tecnología y la propiedad intelectual; a la revitalización de las economías nacionales, al bienestar generalizado de la población, y a la mejoría de la calidad de vida y cohesión social de las comunidades.

LAS INDUSTRIAS CULTURALES

Pero antes del surgimiento del concepto de industrias creativas, lo que había predominado durante más de cuatro décadas en el ámbito sociológico fue la noción de industrias culturales; y ese concepto, a su vez, fue elaborado a partir de la aparición del fenómeno de la sociedad de masas.

La sociedad de masas fue el resultado del desarrollo del capitalismo industrial a principios del siglo XX, que puso en movimiento un proceso de producción masiva de bienes y servicios para consumo de masas. El ejemplo más ilustrativo de ese fenómeno fue la innovación introducida por Henry Ford de producción de vehículos de manera masiva, mediante un sistema de ensamblaje, que es lo que se conoce como fordismo.

De la sociedad de masas, como forma de producción masiva para consumo de masas, surgió la idea de la cultura de masas, y de la cultura de masas se evolucionó hacia el concepto de industrias culturales, el cual fue elaborado por un grupo de filósofos, sociólogos y politólogos alemanes, integrantes de la Escuela de Frankfurt, a principios de la década de los 40 del siglo pasado.

De conformidad con esa escuela de pensamiento, entre cuyas figuras más destacadas se encuentran Theodor Adorno y Max Horkheimer, autores de Dialéctica de la Ilustración, el texto clásico sobre la reflexión acerca de las industrias culturales, éstas no hacen más que responder a las necesidades de la cultura de masas.

Al producir y distribuir, mediante procesos industriales, bienes y servicios que dependen de la cultura de masas, las industrias culturales, según el criterio de estos pensadores, devalúan la experiencia artística, deterioran la cultura y hacen menos aguda la capacidad crítica del consumidor.

Como corolario a toda su forma de pensar en relación a las industrias culturales, la Escuela de Frankfurt solía expresar: “Donde hay industria, no hay cultura”.

¿A qué se debía esa manera de razonar? ¿Por qué se planteaba esa incompatibilidad entre industria y cultura?

Básicamente, porque según Adorno y Horkheimer, las industrias culturales sólo pueden producir bienes y servicios que sean uniformes, homogéneos y estandarizados, ya que para alcanzar a un gran público de masas, necesitan responder a las necesidades del mercado.

Bajo esa premisa es evidente que la concepción de las industrias culturales de la Escuela de Frankfurt estuvo claramente influenciada por la teoría marxista del fetichismo de la mercancía, según la cual el valor de cambio de una mercancía, es decir, su valor de mercado, es más importante que su valor de uso.

Para los partidarios de estas ideas, que tienen una actitud crítica hacia el orden establecido, nadie escapa al dominio del mercado, y las industrias culturales, en el fondo, no hacen más que fabricar productos duplicados, inauténticos, falsos y engañosos, así como promover un conformismo social e intelectual.

En oposición a las tesis de la también denominada teoría crítica, surgieron quienes afirman que los integrantes de la Escuela de Frankfurt desdeñaban la cultura popular, y que más bien eran partidarios de una especie de elitismo cultural y artístico.

Por otra parte, en discordancia también con la opinión de que en la sociedad industrial, los bienes y servicios culturales resultan invariablemente uniformes, homogéneos y estandarizados, se levantaron voces que sugieren que en el mundo moderno, post-fordista, de la producción especializada, aparecen productos segmentados por el mercado y diferenciados conforme al gusto de los consumidores.

LA ECONOMÍA CREATIVA

La concepción que separaba la cultura de la industria o del mercado, empezó a ser superada desde la década de los setenta, y para inicios del siglo XXI ya había sido dejada completamente atrás por las nuevas teorías, surgidas en Australia y el Reino Unido, que postulan la emergencia de la economía creativa como parte del desarrollo sostenible.

Desde el 2008, organismos internacionales como la UNCTAD, la UNESCO y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), estaban trabajando sobre el tema, publicando informes y promoviendo su importancia en los países en vías de desarrollo, como forma de impulsar el crecimiento, generar empleos y reducir la desigualdad social.

La economía creativa vincula la cultura y el arte, con dimensiones tan concretas como la industria, la economía y el mercado, y todo esto, a su vez, con la propiedad intelectual y el derecho de autor.

Como parte de la economía creativa, o industrias creativas y culturales, forman parte las artes escénicas, las artes visuales, las artesanías, el diseño, las publicaciones, la radio y televisión, el cine y el vídeo, la música, la fotografía, los equipos de sonido, la arquitectura, la publicidad, los museos, las galerías de arte, las librerías, el software y los videojuegos.

Como se ha dicho, todo eso representa en la actualidad un mercado global equivalente a cerca de 700 mil millones de dólares al año, con tendencia a seguir creciendo, especialmente en los países en vías de desarrollo.

En el caso nuestro, en la República Dominicana, aunque no disponemos de estadísticas suficientes para determinar el alcance de las industrias creativas y culturales en el marco de nuestra economía, sabemos, sin embargo, por la diversidad de aspectos que abarca, que debe tener una incidencia apreciable.

Eso es notable, por ejemplo, en áreas como la música popular, la radio, la televisión, las agencias de publicidad, el cine, las casas editoriales, las galerías de arte, las artesanías, la joyería, la moda, los carnavales, los festivales y los espectáculos.

No obstante, mirando hacia el futuro, los retos para el pleno desarrollo de una economía creativa en la República Dominicana descansan, primero, en la necesidad de integrar a la cultura como una dimensión del desarrollo; segundo, promover la capacitación y formación de recursos humanos ligados a las industrias culturales; tercero, impulsar la asociación de artistas y creadores de la misma área en espacios o clústeres de creación; cuarto, fomentar la autonomía financiera de las industrias culturales; quinto, convertir las industrias culturales en un sector público y privado económicamente rentable; y sexto, aprovechar las ventajas y oportunidades de la Revolución digital.

En resumen, la celebración del Primer Seminario Latinoamericano de Industrias Creativas Digitales fue un magnífico evento que contribuyó a abrir nuevos horizontes, a despertar curiosidades, a estimular nuevas ideas y a alimentar el potencial para el desarrollo de nuevas áreas de nuestra economía nacional.

Que así sea.

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